“Y yo me esfuerzo en descubrir cómo hacer una señal a mis compañeros (...), cómo decir a tiempo una simple palabra, una contraseña, como hacen los conspiradores: unámonos, mantengámonos estrechamente unidos, fusionemos nuestros corazones, creemos un solo cerebro y corazón para la Tierra, demos un significado humano al sobrehumano combate”.
Nikos Kasantzakis
I. ANUNCIACIÓN
Los primeros indicios de que “algo” estaba por suceder se produjeron los primeros días de noviembre, después de lo que parecía ser una más de las tantas y reiterativas tormentas de primavera de los últimos años.
Ese viernes, el diluvio abarrotó los desagües
con distintas especies de pequeños reptiles, anfibios e insectos.
Lo curioso, o mejor dicho, lo portentoso de
ello, es que sólo un puñado de personas comprobó el fenómeno, aún cuando
ocurrió a plena luz del día y en varias manzanas de la ciudad -del Centro y Sur
especialmente- con particular intensidad en la zona de Parque Lezama.
La noche de vísperas, un corto período de
oscuridad había dejado paso a una andanada de ‘estrellas fugaces’ y raros
fenómenos lumínicos, observados con extrema atención, desde los techos de una
fábrica-depósito de Villa Ortúzar, por miembros de una sociedad cuasi
secreta.
En aquellos días, los habitantes de Buenos
Aires se hallaban en un estado de excitabilidad -pero lejos de la "vigilia
despierta" que preconizaba el
Errante-, perceptible por tres síntomas: el nerviosismo imperante, aún en
las ínfimas acciones diarias, una serie de alteraciones sensoriales y el
aumento de la conflictividad ante las recientes medidas del gobierno central.
Tendían, de esta manera, a alejarse de lo
habitual a ese tiempo: una extendida apatía individual y social, la debilidad
imaginativa, el trance casi hipnótico de las almas.
Por entonces circulaban las más enrevesadas
teorías al respecto.
Ninguna se acercaría a explicar la Amenaza
-sí, con mayúsculas- que iba a sobrevenir poco después.
Pero antes de continuar con el relato,
permítaseme decir que mis primeros contactos con la Fraternidad -así prefería llamarla el Errante más que
ninguna otra nomenclatura- comenzaron antes de la culminación del año
mencionado, no casualmente (lo descubrí bastante después) en las cercanías de
la natividad del Salvador del Mundo.
Por esos meses de 1998 trabajaba en una
modesta radio barrial, conduciendo un programa periodístico-cultural, cuando en
la emisión dedicada a El Eternauta y
su creador, Héctor G. Oesterheld
-recuerdo un lluvioso y lánguido anochecer- el operador me pasó un llamado.
-¡Oscar, hermano! ¿Cómo estás?
- Muy bien. ¿Y vos? ¿Cómo sigue ese trabajo?
- Bien. Parejo. Mirá, Oscar, tengo unos amigos
que quieren conocerte.
- ¿A mí...? ¿Qué necesitan...? ¿Un periodista
que les de aire para alguna buena causa?
- Sí, vos lo decís. Es para una muy buena
causa. (Resaltó lo de muy buena causa)
- Dale, no te hagás el misterioso y decime de
qué se trata. ¿Me imagino que no serán de una agrupación sindical, política o
eclesial, no?
- Mirá, no te puedo adelantar nada por
teléfono, pero vos no podés quedar afuera...
- Vamos, Mateo. No me jodás. Tengo que
hacer...
- Venite pronto. Te lo digo en serio. Te
estamos esperando en lo de Jacinto. Me tomé el atrevimiento de hablarles de tu
trayectoria. De tus luchas y trabajos. Nos hacés falta.
- Gracias por recordarme lo que fui. Pero
sabés que para mi este es otro tiempo, otra historia ...Ya no la juego de
local, la veo un poco desde el banco, ¿entendés?. Como cantaba un juglar de los
‘70: Otro es el hombre y su odisea.
- Por eso quiero que los conozcas, porque
intuyo cual es tu búsqueda.
- Bueno, con probar no se pierde nada. Voy
para allá. De paso, tomamos unas ginebras.
El encuentro, ocurrió en el café Los Hermanos, a quince cuadras de la
emisora, donde paraba mi amigo Mateo Soler junto a sus compañeros de
navegaciones espirituales.
Cuando llegué al 9000 y pico de Rivadavia,
cerca de la medianoche, ya había cerrado.
El Gallego,
agachándose, asomó su noble cabeza por la puerta de la cortina metálica. Dos
ojos claros acerados se iluminaron, me invitó a entrar. Un cuadro animado me
esperaba.
Entre cafés, bebida blanca y cigarillos, once hombres,
unos apoyados en el estaño, otros jugando al billar, conversaban a los gritos y
reían, mientras se preparaban para una larga pelea.
Mateo los presentó uno por uno. Juan de Asúa,
Daniel Vizzini, Daniel Vied, Marcelo Ispro, Jorge Gamarra, Telmo Goytía, Pedro
Abella, Santiago Vélez, Carlos Távola y Ezequiel Elías fueron ocupando unas
mesas que Jacinto, el dueño del cafetín, había dispuesto en hilera.
- Somos la
Ultima Tribu, tronó quien parecía animar el encuentro, con mirada de ira.
- También nos re-conocemos como Fratría, Fratelli, Fratellanza, Hijos de la
Lucha y Fraternidad de la Cruz, acotó Carlos Távola.
- Están los que nos toman en serio, dijo uno.
- Otros creen que somos unos delirantes sin
cura, unos payasos de Dios, unos vulgares predicadores en el desierto, decretó
el émulo del estilo marechaliano.
- En síntesis, unos acróbatas que jamás
daremos el Gran Salto, continuó.
Yo vacilaba entre la credulidad y la
indignación. Creo que por casualidad no los insulté.
- Nos presentamos colectivamente: somos los Once y faltás vos para que el Círculo sea un círculo consagrado, para
que restauremos el tiempo épico, el tiempo del mito, se animó Mateo.
- ¿De qué Círculo
y de que mito me hablan, carajo? vociferé, ya caliente.
- No es difícil. Es por sí o por no, volvió a
la carga el de los ojos de furia.
- ¡Pare la mano, che! No me apure, porque así
vamos mal.
- ¡Hombre de poca fe...! ¿Vas a dar el Salto
para entrar en los Misterios o vas a
seguir con tu existencia desencantada?, bramó Elías.
- ¿Usted qué sabe...?, intenté.
Me invitó a escucharlo. Fuimos desde el centro
del salón hacia una ventana.
(No veía la calle pero escuchaba la lluvia. La
lluvia susurraba canciones melancólicas de calles grises y violáceas, paraísos
perdidos, banderas enarboladas con pasión).
Mencionó que fue condenado a peregrinar en la dimensión tiempo.
Como atenuante recibiría ciertos dones: profecía, videncia,
hipersensorialidad y telepatía, bajo la dura condición de no apartarse del
recto camino trazado por el Amor de todo
Amor.
A esta altura del partido, habiendo pasado por
un duro aprendizaje, con cierta certeza de estar curado de espanto, no podía
creer la escena que estaba viviendo. Seguía absorto.
Pensé: hay tres posibilidades. La primera. Un
mitómano. Delirante de imaginación exuberante. Dos. Un chanta-delincuente de los que hormiguearon en los ‘80 con el auge
del pensamiento mágico- llámese pastor electrónico, mentalista, sanador, chamán
y tutti quanti. Tres. Un paranoico.
Un cultor de las teorías conspirativas más
disparatadas y por lo tanto asociado a algunos de los tantos grupos logiados
paganos o neonazis.
- Conozco cuanto hastío hay en tu alma. Un nuevo sentido -es la palabra exacta,
¿no? Eso que estás buscando.
- Es cierto, admití con pesar. ¿Y qué?. No es
algo del momento, ni de ayer.
- Las viejas verdades son hojas amarillentas,
arena entre las manos, flores de una sola estación, prosiguió. No hay sistemas
de pensamiento que tengan respuestas para todo.
- De la crisis de las ideologías
reflexionábamos a fines de los ‘80. Y de la caída del Muro, de la crisis de representación, del
fracaso del socialismo real...
- ¡Homo
rationantis! ¿No te das cuenta que estamos condenados a una búsqueda
eterna? ¿Y que la salvación, tal como los
dogmáticos la concibieron hasta hoy, es ilusoria?
El golpe de humedad llegado del sótano me
acertó de lleno en la cara. Destemplado, deambulé en la zozobra.
- Estoy angustiado, balbuceé,
con un hilo de voz.
- Entonces, estás a un paso de la Apuesta
decisiva.
(Evoqué otras épocas, otras vivencias, otras
búsquedas. Banderas celestes y blancas. Estandartes y pancartas. Miles y miles
de mujeres y hombres convergiendo en una plaza cuyo nombre convoca fantasmas y
exaspera la memoria, aunque a veces prefiero no mirar atrás. Impotencia y
desazón. Generosa sangre derramada. Autocríticas a destiempo. Pero también vida
sin mezquindad, pletórica de ideales y compromisos: el hombre nuevo en la sociedad nueva).
- Jamás te pediríamos que renuncies a tus
convicciones, aseguró adelantándose a mis sentimientos.
- Nos basta con tu fidelidad al Amor que nos inspira. Y seguir una
regla de oro: no comunicar el ingreso a la Zona
de los Misterios, agregó.
- Si puede mirar mi interior, verá de que
barro estoy hecho. Entonces no podrá dejar de saber que en los momentos en que
las banderas comenzaron a arriarse y sobrevino el naufragio, no abandoné a mis
compañeros.
- Nunca pensé lo contrario. Sólo que la
iniciación en los misterios exige un
silencio más profundo, una soledad que puede aterrar hasta al más curtido.
- ¿Tengo algo que perder? Puede comenzar...
- Ahora sos vos el que te adelantás. Primero
debo revestirte de los signos exteriores de nuestra Fratría: el árbol que redime, el corazón aureoleado, el ícono del
Pez.
Descendimos a la bodega, atestada de cajones
vacíos de gaseosas, vinos y sidras. Y de olor a humedad. El humo azul del
cigarro del Errante formaba volutas
prodigiosas, apenas entrevistas en la penumbra del sótano.
Una queda escena rodeaba los objetos y las
sombras, película muda donde sepias y grises se confundían, creando un ámbito
propicio para la ensoñación, la muerte y el olvido.
Alguna vez imaginé así la representación
exacta del olvido: un espacio gris, sin cielo, replegado sobre sí mismo.
El agujero sin fin donde iría a parar el
dolor, la alegría, el devenir...
Nos acercamos a los demás, que habían bajado
en silencio y ahora conformaban un rueda.
En medio de la solemne asamblea, debí repetir
una inveterada fórmula ritual pronunciada por Mateo:
Vetustatem
novitas, Umbram fugat claritas, Noctem lux eliminat.
Lo nuevo
se lleva a lo viejo, La verdad echa a la sombra, La luz vence a la Noche
Ya eramos Doce.
El Círculo se había completado.
El tiempo se avecinaba.
Luego, fui iniciado e investido de dones.
Glosario
Fratelli (ital.): el sentimiento y la noción de hermanos, surge de la devoción que le dispensaba el Errante a los Fratelli d’Amore, sociedad espiritual que aparece en el sur de Italia, a mediados del siglo X. Se extinguió en 1350.
Fratellanza (ital.): hermandad.
Fraternidad de la Cruz, la Ultima Tribu, los Doce: algunos de las denominaciones exotéricas del núcleo de la Resistencia.
Orden Negro: instaurado desde fines del siglo XIX, llegó a su apogeo con la epifanía del Diablo en la ciudad autónoma de Buenos Aires. Según el místico de la Fraternidad, Juan el Menor, había suficientes indicios de su existencia real a mediados de los ‘70.
Hombre Primordial: el ideal del Errante -la recuperación de este hombre original- podría alcanzarse una vez que la razón instrumental retroceda y el proyecto civilizatorio occidental deje espacio a la irrupción de la libertad social antes que a la individual.
Fratría (gr.): hermandad. El Errante lo utilizaba en su acepción más ‘política’, como sinónimo de comunidad.
El Eternauta: personaje creado por el escritor Héctor G. Oesterheld, que se constituyó en la saga más famosa de la historieta argentina. El Eternauta, como su nombre lo indica, navega por el tiempo a partir de sucesos extraordinarios. Su nacimiento en el papel fue un 4 de setiembre de 1957, en ocasión del lanzamiento del primer número de Hora Cero.
Hector Germán Oesterheld: narrador argentino, asesinado por la dictadura militar en 1977. Guionista de Sherlock Time, Sargento Kirk y Mort Cinder, trabajó junto a los dibujantes Alberto Breccia, Solano López y Hugo Pratt. Oscar de la Calle le dedicó varias emisiones radiales entre setiembre y diciembre de 1999.
Marechaliano: por el poeta, narrador y ensayista argentino Leopoldo Marechal (1900-1970), autor de la novela Adán Buenosayres (1948), hito en la literatura de habla hispana.
Homo rationantis: expresión latina muy utilizada en el lenguaje de los Fratelli. Quiere decir hombre calculador. Es lo opuesto al hombre viajero (homo viator) que asume el riesgo de vivir afrontando el riesgo.
Zona de los Misterios: territorio mítico y simbólico. Algunos miembros de la Fraternidad lo ubicaban en una de las siete zonas en que se divide el corazón.