domingo, 14 de octubre de 2018

CUADERNO DE INSOMNIO - I. ANUNCIACIÓN

CUADERNO DE INSOMNIO 

“Y yo me esfuerzo en descubrir cómo hacer una señal a mis compañeros (...), cómo decir a tiempo una simple palabra, una contraseña, como hacen los conspiradores: unámonos, mantengámonos estrechamente unidos, fusionemos nuestros corazones, creemos un solo cerebro y corazón para la Tierra, demos un significado humano al sobrehumano combate”.
                                                        
             Nikos Kasantzakis


I. ANUNCIACIÓN


Los primeros indicios de que “algo” estaba por suceder se produjeron los primeros días de noviembre, después de lo que parecía ser una más de las tantas y reiterativas tormentas de primavera de los últimos años.
Ese viernes, el diluvio abarrotó los desagües con distintas especies de pequeños reptiles, anfibios e insectos.
Lo curioso, o mejor dicho, lo portentoso de ello, es que sólo un puñado de personas comprobó el fenómeno, aún cuando ocurrió a plena luz del día y en varias manzanas de la ciudad -del Centro y Sur especialmente- con particular intensidad en la zona de Parque Lezama.
La noche de vísperas, un corto período de oscuridad había dejado paso a una andanada de ‘estrellas fugaces’ y raros fenómenos lumínicos, observados con extrema atención, desde los techos de una fábrica-depósito de Villa Ortúzar, por miembros de una sociedad cuasi secreta. 
En aquellos días, los habitantes de Buenos Aires se hallaban en un estado de excitabilidad -pero lejos de la "vigilia despierta" que preconizaba el Errante-, perceptible por tres síntomas: el nerviosismo imperante, aún en las ínfimas acciones diarias, una serie de alteraciones sensoriales y el aumento de la conflictividad ante las recientes medidas del gobierno central.
Tendían, de esta manera, a alejarse de lo habitual a ese tiempo: una extendida apatía individual y social, la debilidad imaginativa, el trance casi hipnótico de las almas.
Por entonces circulaban las más enrevesadas teorías al respecto.
Ninguna se acercaría a explicar la Amenaza -sí, con mayúsculas- que iba a sobrevenir poco después.
Pero antes de continuar con el relato, permítaseme decir que mis primeros contactos con la Fraternidad -así prefería llamarla el Errante más que ninguna otra nomenclatura- comenzaron antes de la culminación del año mencionado, no casualmente (lo descubrí bastante después) en las cercanías de la natividad del Salvador del Mundo.
Por esos meses de 1998 trabajaba en una modesta radio barrial, conduciendo un programa periodístico-cultural, cuando en la emisión dedicada a El Eternauta y su creador, Héctor G. Oesterheld -recuerdo un lluvioso y lánguido anochecer- el operador me pasó un llamado.

-¡Oscar, hermano! ¿Cómo estás?
- Muy bien. ¿Y vos? ¿Cómo sigue ese trabajo?
- Bien. Parejo. Mirá, Oscar, tengo unos amigos que quieren conocerte.
- ¿A mí...? ¿Qué necesitan...? ¿Un periodista que les de aire para alguna buena causa?
- Sí, vos lo decís. Es para una muy buena causa. (Resaltó lo de muy buena causa) 
- Dale, no te hagás el misterioso y decime de qué se trata. ¿Me imagino que no serán de una agrupación sindical, política o eclesial, no?
- Mirá, no te puedo adelantar nada por teléfono, pero vos no podés quedar afuera...
- Vamos, Mateo. No me jodás. Tengo que hacer...
- Venite pronto. Te lo digo en serio. Te estamos esperando en lo de Jacinto. Me tomé el atrevimiento de hablarles de tu trayectoria. De tus luchas y trabajos. Nos hacés falta.
- Gracias por recordarme lo que fui. Pero sabés que para mi este es otro tiempo, otra historia ...Ya no la juego de local, la veo un poco desde el banco, ¿entendés?. Como cantaba un juglar de los ‘70: Otro es el hombre y su odisea. 
- Por eso quiero que los conozcas, porque intuyo cual es tu búsqueda.
- Bueno, con probar no se pierde nada. Voy para allá. De paso, tomamos unas ginebras.

El encuentro, ocurrió en el café Los Hermanos, a quince cuadras de la emisora, donde paraba mi amigo Mateo Soler junto a sus compañeros de navegaciones espirituales.
Cuando llegué al 9000 y pico de Rivadavia, cerca de la medianoche, ya había cerrado. 
El Gallego, agachándose, asomó su noble cabeza por la puerta de la cortina metálica. Dos ojos claros acerados se iluminaron, me invitó a entrar. Un cuadro animado me esperaba.
Entre cafés, bebida blanca y cigarillos, once hombres, unos apoyados en el estaño, otros jugando al billar, conversaban a los gritos y reían, mientras se preparaban para una larga pelea.
Mateo los presentó uno por uno. Juan de Asúa, Daniel Vizzini, Daniel Vied, Marcelo Ispro, Jorge Gamarra, Telmo Goytía, Pedro Abella, Santiago Vélez, Carlos Távola y Ezequiel Elías fueron ocupando unas mesas que Jacinto, el dueño del cafetín, había dispuesto en hilera.

- Somos la Ultima Tribu, tronó quien parecía animar el encuentro, con mirada de ira.
- También nos re-conocemos como Fratría, Fratelli, Fratellanza, Hijos de la Lucha y Fraternidad de la Cruz, acotó Carlos Távola.
- Están los que nos toman en serio, dijo uno.
- Otros creen que somos unos delirantes sin cura, unos payasos de Dios, unos vulgares predicadores en el desierto, decretó el émulo del estilo marechaliano.
- En síntesis, unos acróbatas que jamás daremos el Gran Salto, continuó.

Yo vacilaba entre la credulidad y la indignación. Creo que por casualidad no los insulté.

- Nos presentamos colectivamente: somos los Once y faltás vos para que el Círculo sea un círculo consagrado, para que restauremos el tiempo épico, el tiempo del mito, se animó Mateo.
- ¿De qué Círculo y de que mito me hablan, carajo? vociferé, ya caliente.
- No es difícil. Es por sí o por no, volvió a la carga el de los ojos de furia.
- ¡Pare la mano, che! No me apure, porque así vamos mal.
- ¡Hombre de poca fe...! ¿Vas a dar el Salto para entrar en los Misterios o vas a seguir con tu existencia desencantada?, bramó Elías.
- ¿Usted qué sabe...?, intenté.
Me invitó a escucharlo. Fuimos desde el centro del salón hacia una ventana.
(No veía la calle pero escuchaba la lluvia. La lluvia susurraba canciones melancólicas de calles grises y violáceas, paraísos perdidos, banderas enarboladas con pasión).
 - Sé algo más de los que otros saben, dijo con calma, sólo por haber deambulado. Por eso me llaman el Errante y a veces -las menos- el Nómade.

Mencionó que fue condenado a peregrinar en la dimensión tiempo.
Como atenuante recibiría ciertos dones: profecía, videncia, hipersensorialidad y telepatía, bajo la dura condición de no apartarse del recto camino trazado por el Amor de todo Amor.
A esta altura del partido, habiendo pasado por un duro aprendizaje, con cierta certeza de estar curado de espanto, no podía creer la escena que estaba viviendo. Seguía absorto.
Pensé: hay tres posibilidades. La primera. Un mitómano. Delirante de imaginación exuberante. Dos. Un chanta-delincuente de los que hormiguearon en los ‘80 con el auge del pensamiento mágico- llámese pastor electrónico, mentalista, sanador, chamán y tutti quanti. Tres. Un paranoico.
Un cultor de las teorías conspirativas más disparatadas y por lo tanto asociado a algunos de los tantos grupos logiados paganos o neonazis.   

- Conozco cuanto hastío hay en tu alma. Un nuevo sentido -es la palabra exacta, ¿no? Eso que estás buscando.
- Es cierto, admití con pesar. ¿Y qué?. No es algo del momento, ni de ayer.
- Las viejas verdades son hojas amarillentas, arena entre las manos, flores de una sola estación, prosiguió. No hay sistemas de pensamiento que tengan respuestas para todo. 
- De la crisis de las ideologías reflexionábamos a fines de los ‘80. Y de la caída del  Muro, de la crisis de representación, del fracaso del socialismo real...
- ¡Homo rationantis! ¿No te das cuenta que estamos condenados a una búsqueda eterna? ¿Y que la salvación, tal como los dogmáticos la concibieron hasta hoy, es ilusoria?

El golpe de humedad llegado del sótano me acertó de lleno en la cara. Destemplado, deambulé en la zozobra.
- Estoy angustiado,  balbuceé,  con un hilo de voz. 
- Entonces, estás a un paso de la Apuesta decisiva.

(Evoqué otras épocas, otras vivencias, otras búsquedas. Banderas celestes y blancas. Estandartes y pancartas. Miles y miles de mujeres y hombres convergiendo en una plaza cuyo nombre convoca fantasmas y exaspera la memoria, aunque a veces prefiero no mirar atrás. Impotencia y desazón. Generosa sangre derramada. Autocríticas a destiempo. Pero también vida sin mezquindad, pletórica de ideales y compromisos: el hombre nuevo en la sociedad nueva). 

- Jamás te pediríamos que renuncies a tus convicciones, aseguró adelantándose a mis sentimientos.
- Nos basta con tu fidelidad al Amor que nos inspira. Y seguir una regla de oro: no comunicar el ingreso a la Zona de los Misterios, agregó.
- Si puede mirar mi interior, verá de que barro estoy hecho. Entonces no podrá dejar de saber que en los momentos en que las banderas comenzaron a arriarse y sobrevino el naufragio, no abandoné a mis compañeros.
- Nunca pensé lo contrario. Sólo que la iniciación en los misterios exige un silencio más profundo, una soledad que puede aterrar hasta al más curtido.
- ¿Tengo algo que perder? Puede comenzar...
- Ahora sos vos el que te adelantás. Primero debo revestirte de los signos exteriores de nuestra Fratría: el árbol que redime, el corazón aureoleado, el ícono del Pez.

Descendimos a la bodega, atestada de cajones vacíos de gaseosas, vinos y sidras. Y de olor a humedad. El humo azul del cigarro del Errante formaba volutas prodigiosas, apenas entrevistas en la penumbra del sótano.
Una queda escena rodeaba los objetos y las sombras, película muda donde sepias y grises se confundían, creando un ámbito propicio para la ensoñación, la muerte y el olvido.
Alguna vez imaginé así la representación exacta del olvido: un espacio gris, sin cielo, replegado sobre sí mismo.
El agujero sin fin donde iría a parar el dolor, la alegría, el devenir... 
Nos acercamos a los demás, que habían bajado en silencio y ahora conformaban un rueda.
En medio de la solemne asamblea, debí repetir una inveterada fórmula ritual pronunciada por Mateo:

Vetustatem novitas, Umbram fugat claritas, Noctem lux eliminat.
Lo nuevo se lleva a lo viejo, La verdad echa a la sombra, La luz vence a la Noche

Ya eramos Doce. El Círculo se había completado.
El tiempo se avecinaba.  
Luego, fui iniciado e investido de dones.





Glosario


Fratelli (ital.): el sentimiento y la noción de hermanos, surge de la devoción que le dispensaba el Errante a los Fratelli d’Amore, sociedad espiritual que aparece en el sur de Italia, a mediados del siglo X. Se extinguió en 1350. 

Fratellanza (ital.): hermandad.
Fraternidad de la Cruz, la Ultima Tribu, los Doce: algunos de las denominaciones exotéricas del núcleo de la Resistencia.
Orden Negro: instaurado desde fines del siglo XIX, llegó a su apogeo con la epifanía del Diablo en la ciudad autónoma de Buenos Aires. Según el místico de la Fraternidad, Juan el Menor, había suficientes indicios de su existencia real a mediados de los ‘70. 
Hombre Primordial: el ideal del Errante -la recuperación de este hombre original- podría alcanzarse una vez que la razón instrumental retroceda y el proyecto civilizatorio occidental deje espacio a la irrupción de la libertad social antes que a la individual. 
Fratría (gr.): hermandad. El Errante lo utilizaba en su acepción más ‘política’, como sinónimo de comunidad. 
El Eternauta: personaje creado por el escritor Héctor G. Oesterheld, que se constituyó en la saga más famosa de la historieta argentina. El Eternauta, como su nombre lo indica, navega por el tiempo a partir de sucesos extraordinarios. Su nacimiento en el papel fue un 4 de setiembre de 1957, en ocasión del lanzamiento del primer número de Hora Cero. 
Hector Germán Oesterheld: narrador argentino, asesinado por la dictadura militar en 1977. Guionista de Sherlock Time, Sargento Kirk y Mort Cinder, trabajó junto a los dibujantes Alberto Breccia, Solano López y Hugo Pratt. Oscar de la Calle le dedicó varias emisiones radiales entre setiembre y diciembre de 1999. 
Marechaliano: por el poeta, narrador y ensayista argentino Leopoldo Marechal (1900-1970), autor de la novela Adán Buenosayres (1948), hito en la literatura de habla hispana. 
Homo rationantis: expresión latina muy utilizada en el lenguaje de los Fratelli. Quiere decir hombre calculador. Es lo opuesto al hombre viajero (homo viator) que asume el riesgo de vivir afrontando el riesgo. 
Zona de los Misterios: territorio mítico y simbólico. Algunos miembros de la Fraternidad lo ubicaban en una de las siete zonas en que se divide el corazón.