Invité al heraldo a tomar un café que no aceptó. Debía partir de inmediato al comando zonal, donde lo esperaban distintas tareas.
Extrañé los años de juventud, a mis amigos,
cuando había tiempo para charlar y deambular por Barracas, Devoto o Villa
Ortúzar, ir a los clubes de barrio, viajar en tranvía hacia ninguna parte,
entrar a los cines del centro, quedarnos horas y horas en un cafetín mirando
pasar la vida o tomar mate mientras escuchaba la radio en el patio de la casa
paterna. De inmediato sentí culpa. Culpa por darle un lugar a la nostalgia,
mientras afuera...
Hasta medianoche me dediqué a revelar los
rollos fotográficos en el laboratorio del sótano. La irradiación de los demonios había velado
todas las películas.
La soledad hacía valer su paso de
tiranosaurio. La luz herrumbrosa del cuarto lo hacía todo más nostalgioso. Ya no estamos para estos trotes, pensé.
¿Dónde
estarían mis amigos de siempre...? ¿Qué fue de mis compañeros de lucha y de
trabajo...? ¿Dónde se hallarían tantos rostros amados...?
Recité para mis adentros, a manera de oración, los versos de
Quevedo: “Más no
de esotra parte de la ribera dexará la memoria en donde ardía...”. La urgencia de vivir me trajo al presente.
Caí en la cuenta que la Epifanía del Oscuro se había producido y que este dato era
irreversible. Todas las energías, hasta el último átomo de
la corporalidad, deberían estar puestas en devolver al Enemigo al fondo de su madriguera.
Con efecto diferido, me embargó un profundo
sentimiento de espanto ante esa maiestas
siniestra, nada igualable a realidad humana alguna.
El Parque Lezama, lugar sagrado, centro santo
de irradiación energética, que tantas veces había recorrido en mi adolescencia,
grabada a fuego desde que Ernesto Sábato lo eternizara en Sobre héroes y Tumbas, era, por ello mismo, el sitio elegido por el
poder oscuro, porque hace a la misma naturaleza del Diablo profanar el espacio consagrado -el axis mundo-- otorgándole un sentido inverso al original, alejándolo
de la valoración cósmica intrínseca.
Me acordé del Dios escondido del que hablaba siempre el Errante.
¿Estaba allí, oculto tras el manto negro del cielo,
para volver al fin de los tiempos?
Pensé, por unos segundos, en el tiempo de la
alegría, del regocijo, el tiempo festivo del amor terrestre, la vida, los
hijos, los compañeros, los amigos...
Después caí en un estado soporoso y soñé.
En el primero de los sueños me encontraba
arriba de una acacia, en medio de una compacta arboleda. Seis mujeres llevaban
máscaras rituales de cabras y se acercaban a una mesa oblonga de piedra gris
donde estaba encadenada una virgen. Seis centauros bailaban gozosos alrededor
de la mesa. Coronaban sus frentes guirnaldas de hojas de mirto.
Una de las mujeres hundió un cuchillo de plata
en el corazón de la doncella, procediendo al diasparagmos, el desmembramiento de la víctima ritual, y ofreció
los restos a las otras oficiantes, quienes corrieron a ocultarlos en un bosque
cercano, al que llamaban Jardín de
Dyonisos.
Después del ocultamiento tronó una voz que
pronunció la sentencia:
“Cuando la luna sea devorada por los dientes
de la muerte, restaurado será el reinado de Belial”.
El segundo de los sueños estuvo relacionado
con un cordero renaciendo de la madera al ponerse el sol.
El escenario era el mismo bosque, poblado de
encinas, nogales y acacias.
Cada vez que sobrevenía la lluvia, afloraban
los restos de la doncella y las mujeres-cabras realizaban celebraciones
fúnebres y orgiásticas, entre gemidos, risas y pullas al cordero.
El cordero, una vez crecido, se transformaba
en león y devoraba a sus enemigos: cabras, centauros y la serpiente circular Ouroboros.
El tercer sueño -que fue interrumpido- versó
sobre la muerte. Como en la representación popular, aparecía bajo la forma de
calavera envuelta en mortaja, cabalgando por un campo yermo. En el terreno,
siete tumbas blancas miraban hacia Oriente. El sol se derramaba sobre los túmulos y un
viento cálido recorría los árboles sagrados con los nombres de cada uno de los
guerreros. Otros cuatro, quienes parecían sus hermanos, recibían a nuevos
caballeros.
Desperté tristísimo, con la extraña y
desagradable impresión de haber soñado vaticinios.El gallo cantó, aunque la apagada luz solar y
el aire helado correspondían más a las crudas estaciones del hemisferio norte
que al verano porteño.
A las 7.00 salí. Me dirigí hasta el lugar
convenido con el grupo de reconocimiento, en el Parque Rivadavia. Las calles
seguían desiertas. El efecto del gas y el pánico mantenían a los habitantes en
sus viviendas.
Una hora más tarde, una vez reunidos los cinco, llegaban nuevas directivas:
junto a combatientes de las Fuerzas
Especiales de Infantería deberíamos
explorar un tramo de la red subterránea y encontrar la entrada del gehena.
Glosario
Maiestas (lat.): majestad. Se refiere al poder terrible
de lo sobrenatural, que provoca un sentimiento de espanto y de no-ser.
Axis
mundi
(lat.): literalmente, eje del mundo.
En los simbolismos del centro del Mundo, el eje sugiere el ‘punto fijo’ que
permite orientarse en el mundo y ‘fundar’ lo real no apariencial, en
comunicación con lo sagrado. Es el punto de encuentro del cielo con la tierra y
el infierno.
Dios
escondido:
noción central de corrientes teológicas cristianas y mosaicas que hablan de un
‘alejamiento’ de Dios respecto de la historia humana, durante edades enteras,
hasta que decide manifestarse.
Diasparagmos
(del gr.):
rito del desmembramiento del cuerpo ofrecido en sacrificio, generalmente una
mujer joven y virgen.
Jardín de
Dyonisos: lugar
tenebroso del mundo inferior, donde los seres monstruosos ejercían sus poderes
con plenitud.
Ouroboros:
animal
mítico que muerde su propia cola y se devora a sí mismo. Símbolo utilizado por
los alquimistas para indicar aquello que, como el círculo, no tiene principio
ni fin. Se estima que se surgió entre los gnósticos ofitas.