El Viernes Santo, cerca del mediodía, el gas alquímico se había disipado. Sus efectos eran, como se preveía, devastadores. A la hora sexta, un eclipse total de sol trajo la noche en la ciudad. Enseguida, un fuerte viento se empecinó en azotar los árboles.
El momento sobrecogedor de la evocación del
último suspiro del hijo de Dios en la cruz, mil novecientos sesenta y seis
atrás, coincidía con los sucesos "no naturales” que se estaban
desarrollando en las lomadas del Parque Lezama, sobre la Av. Martín García.
Un destacamento de avanzada y este cronista
contemplarían con horror, el instante en que, a pasos del monumento de hierro
que conmemora la fundación del Puerto de Santa María de los Buenos Ayres, se
abriría la tierra entre gritos nunca antes escuchados y del cráter saldría a la
oscuridad un gigantesco huevo de paredes transparentes y brillantes.
Parapetados en la casa que alberga al Museo
Histórico Nacional, a más de media cuadra del lúgubre escenario, perplejos y
golpeados bajo un cielo dudoso, los seis pudimos oler desde el mirador la
atmósfera hedionda que procedía de las profundidades.
Mario el
Nene Felice y la Gorda Susana
tomaron el riesgo de acercarse aún más, arrastrándose hasta la altura del
monumento a la loba romana, mientras una siniestra luna tomaba el lugar del
sol. Eran las 12.23. La temperatura
había bajado a 2 grados bajo cero.
Siete minutos después, en medio del hedor y de
fosforescencias azuladas, un ángel negro rompía el cascarón con la potencia de
sus aullidos, emergiendo un ente de
casi tres metros de altura, cubierto de pelaje oscuro, cabeza llena de grandes
ojos de hiena, boca leonina, varios cuernos, alas de murciélago y patas con
pezuña.
No cabía dudas de que provenía del gehena, del lago de hielo en el centro
mismo de la Tierra.
El Rey
de los Muertos había recobrado sus poderes.
Por unos segundos, creo que a toda la patrulla se nos cruzó la idea de
huir, pero estábamos paralizados.
Apenas atiné, por reflejo, a llevarme la mano
a la pistola.
No nos movimos durante minutos. Temíamos ser
descubiertos.
Cuando nos reencontramos con los milicianos,
volviendo al punto de vigilancia, decenas de demonios, dirigidas por demonios
decuriones, salían de un horrendo orificio debajo de lo que parecía el rabo.
El proceso de partenogénesis duró hasta las tres de la tarde.
Para ese entonces, habíamos hecho un amplio
rodeo hasta alcanzar una entrada disimulada en las adyacencias del templete
griego.
De color azul, un metro de alzada, sin alas,
recién llegados, los demonios flotaban en el aire.
Los hijos de Abbadón despedían una luminosidad eléctrica.
Cada cuerpo era, desde la cabeza ciclópea
hasta las pezuñas, un generador de destellos moribundos.
Demonios carceleros, demonios como gárgolas y empusas, demonios devoradores de
entrañas, demonios súcubos e íncubos, demonios fantasmas de muertos,
demonios torturadores y abrasadores de la carne rodeaban a su Rey, formando un pentáculo, inscrito en
un círculo negro de unos diez metros de diámetro.
Luego, comenzó una lenta y extensa letanía de
insultos contra Abraham, Jesús, Mahoma y los profetas, mientras las Legiones infernales aullaba de ira.
Era el eclipse de Dios. La epifanía del Mal.
Ordené a mis compañeros el repliegue, tal como
estaba convenido, de la manera más sigilosa posible. Habíamos acallado las
trasmisiones con el comando táctico desde hacía dos horas y medida.
Como una garra, el miedo estrujaba nuestros
corazones.
La vanguardia de los abismos se había
trasladado hacia el extremo noroeste del Parque.
Retrocedimos por Irala hasta Tomás Liberti y
de allí hacia la Av. Regimiento de los Patricios y Gualeguay, donde nos
esperaban una de las secciones de las FEI.
Carlitos el
Trovador abrazó a cada miembro de la
avanzada.
Juan el
Menor llamará al rato, desde su puesto de mando, a fin de que confeccione
perentoriamente un cuadro de situación que retransmitiría al Errante.
En cuestión de minutos volverá a comunicarse
para informar que el Comandante dispuso estrechar el cerco
alrededor del Parque y que el mismo pelotón debía regresar a la zona crítica.
Entretanto, el estruendo que partía de allí,
crecía a cada segundo haciéndose insoportable.
Volvimos, con la instrucción de ingresar por
el portón que se halla debajo de la terraza del Museo.
El Gran
Rabón se había ocultado. Los demonios seguían allí, en la esquina de
Defensa y Brasil, ahora bailando su danza macabra.
La oscuridad era casi total. La luna también
había desaparecido. El reloj indicaba las 15.45.
A las 17.12 los sonidos cesaron. Media hora
después, un temblor, nuevos cráteres, lluvias, relámpagos, aullidos. Los
demonios no estaban solos. El mundo subterráneo arrojaba cuerpos humanos. O que
parecían humanos.
Despedidos del centro de un fétido fuego gris,
caían, se levantaban como autómatas, caminaban sin rumbo fijo, volvían a un
sitio prefijado, miraban sin ver, gritaban sin ser escuchados.
No tuve dudas. Biothanati. Los muertos que no murieron. Carne sin alma. Ojos a los
que extrajeron la luz, brillando en la oscuridad.
Se alineaban siguiendo a los demonios y éstos
a sus decuriones.
Calculé a ojo, cerca de las ocho de la noche,
no menos de mil quinientos de esas criaturas reanimadas y más de seis mil demonios,
estimando que había no menos de seiscientos demonios decuriones.
Estos se distinguían de las demás criaturas
abisales por sus alas y el par de órganos visuales.
José seguía los movimientos con un
teleobjetivo, oculto detrás de la casilla de chapa, desde los techos de una
fábrica de principios de siglo.
Pudo realizar varias tomas fotográficas, que el Errante guardó antes de su partida.
A las 21.15 nos relevó otro pelotón de
avanzada. La tensión nos había agotado. Confusos, partimos en un jeep.
Daniel Mavied, el eximio organizador, esperaba
en la puerta del local donde me refugiaba.
Se habían hecho las diez de la noche. Traía un
mensaje del Errante que decía:
“Los que
indagan en la oscuridad son hombres de Dios. Hay que entrar en el abismo de la
duda y el espanto para vivenciar cuán grande es nuestra fe. Misión cumplida.
Confirmamos inicio de invasión. Recé por vos y los muchachos y por todos nosotros. Un abrazo, tu hermano Ezequiel.
PD:
Tenés hasta las 06.00 para descansar. Después seguí con la “rutina” hasta nueva orden.
Glosario
Gas
alquímico:
el producto de la destilación y evaporación de mercurio, azufre, y elementos
no-conocidos en la vasija hermética del athanor u horno del alquimista.
Gehena (hebr.): el infierno
bíblico.
Partenogénesis: proceso por el cual
una especie se reproduce sin concurso de los sexos.
Decuriones: demonios que
encabezan una formación de diez demonios milites. La centuria está integrada por diez decurias. Un manipulo por tres centurias. Una cohorte por dos manipulos. Una legión
reunía diez cohortes.
Empusas (mit. gr.): demonios
femeninos crueles y lascivos. Podían transformarse en doncellas hermosas o en
animales.
Súcubos e
íncubos:
demonios femeninos y masculinos, respectivamente, que seducen y mantienen
relaciones sexuales con sus presas.