Sorprendentemente, no estábamos paralizados. Los ojos brillaban, deseosos del ardor de la lucha. El “mejor arder y consumirse que navegar hacia la nada”, volvía una y mil veces.
Habíamos
llegado a las puertas de la gehena, al
tristísimo seol donde gemían los
condenados. Más
abajo, se situaba el núcleo interno de la Tierra, rodeado en su parte externa
por cauces de hierro líquido, de donde manaba el agua de aspecto ferruginoso.
Detuvimos
la marcha acuática en un recodo del fantasmagórico río, escondiendo la
embarcación detrás de una mata de pastos descoloridos. Un
fulgor azul iluminaba la entrada.
Prácticamente
no se debatieron los pasos a seguir. José
invocó a los arcángeles para que nos auxilien. Rezamos,
nos persignamos, bebimos, preparamos las armas.
Ya
eran las cinco de la mañana.
Después,
caminamos y caminamos por pasillos y múltiples túneles que se abrían ante
nuestros pasos. El
hielo tapizaba las paredes del laberinto. Un
estricto código de seguridad vedó, desde la partida, el contacto radial con el
Errante o con la guardia del túnel principal.
No
obstante, una fuente de emisión de ultrasonido en el islote, guiaría a los
compañeros de arriba. Hicimos
decenas de kilómetros sin indicios de engendros diabólicos.
Ni
licántropos ni biothanati ni demonios
se asomaban, aunque bien podían sorprendernos en algún repliegue u oquedad. El
frío y la melancolía eran las presencias más reales. Podía “olerse“ la nostalgia de Dios. Alguien
sugirió volver ante la inutilidad de la búsqueda.
Nos
opusimos, quizás fundados en una esperanzadora intuición común. Debíamos
seguir, pese a todo. Debíamos exponernos, insistir, perseverar. ¿De
qué se trataba? ¿De un fuerte sentido del deber? Suena ampuloso. ¿Hablar
de la necesidad y destino de la misión delegada? Soberbia (al Diablo lo perdió la soberbia). Aquí,
en estos páramos, se pierde la paz, la cordura, la claridad. Se
cultiva la paranoia. ¿Destino o azar? A cada momento, el mismo interrogante (aquí no se duerme. No existe el tiempo único y uniforme. Me voy
desconectando. Cada cual con su tiempo. No un tiempo real. Un tiempo interior,
creado. Un no-final. Un mundo nuevo. Ojos nuevos. Mirada amplia, abarcativa.
Batir de parches. ¿Qué estoy diciendo?).
“Demos un significado humano al sobrehumano combate”.
“Demos un significado humano al sobrehumano combate”.
¡Paisajes
del mal, túmulos de aflicción, perdidos paraísos de la nada!
¡Tétricas
moradas congeladas en el punto ciego del mundo!
Fueron
varias semanas de aspirar y expulsar
tristeza. De
subir y bajar, de entrar y salir de galerías. Ya
no podíamos continuar la búsqueda. Habíamos perdido la orientación. Y apenas
comíamos y dormíamos. El Chino nos obligó a regresar.
La
retirada fue complicada. Los vericuetos del laberinto habían aumentado.
Al
principio pensamos en una ilusión óptica. Pero no. Los equipos de señalización
lumínica no mentían. ¿No era acaso el Diablo,
maestro del engaño? En
los túneles se sucedían descargas eléctricas, atrayendo y polarizando energías
portentosas y ráfagas de vientos gélidos.
Esperamos
una emboscada que finalmente se produjo un lunes de abril, cerca del mediodía.
Al
borde de unas escalinatas de acceso a un recinto donde los servidores de Satán
depositaban esqueletos humanos, una criatura de tres monstruosas cabezas, mitad
perro, mitad gárgola, atacó la retaguardia de la patrulla, lanzando un ácido
fortísimo.
José
murió de inmediato. Laura quedó seriamente herida.
Pichu
usó el lanzagranadas y borró una de las cabezas del cancerbero.
No
hubo tiempo de enterrar a nuestro compañero porque un nuevo peligro emergió a
poco de recorrer unos metros de la galería.
Alertados
por el rugido del monstruo moribundo, aparecieron biothanatis a los que barrimos con ráfagas de ametralladoras.
No
obstante, alcanzamos a cremar el cuerpo de José, al que rociamos con fósforo
blanco.
Cargando
a la combatiente, nos alejamos casi corriendo del ala este de la caverna,
ascendiendo varios niveles hasta llegar a la entrada, lo que nos llevó cerca de
veinticinco horas. Hacia
allí, una sección de las Fuerzas
Especiales de Infantería (FEI) había llegado para proteger nuestro repliegue,
socorrer a los heridos y sellar las puertas del infierno.
Sabíamos que arriba, las cosas estaban
empeorando.
Carlos
Távola, a cargo de las FEI, no quiso adelantar información, pese a la
exigencia en ese sentido que fundamenté en mi doble carácter de miembro de la Fratría y cronista "oficial".
Entró
en un mutismo total. No podía agregar nada más.
Con
gestos bruscos dio indicaciones para proceder al sellado.
Regresamos
remontando las lúgubres aguas, en tres gomones rápidos, dejando atrás nuestra
balsa, la gruta de la Planta, el
islote rocoso, la oscuridad del antro.
Al
llegar al extremo sur del túnel transversal, aguardaban nuevas tropas de las
FEI.
¿Qué
estaba pasando arriba?
Agoreras
imágenes cruzaron como fogonazos por mis ojos. ¿Soñaba?
La
guardia que el Chino Araniya dejó en
la intersección de los túneles troncal y transversal había sido relevada. En el
conducto central, sobre una plataforma, se erguía un radar.
Mucho
más atrás, un puesto de vigilancia, casi agarrado por la oscuridad.
Glosario
Seol (hebr.): según una antigua tradición hebrea, el seol básicamente denota el mundo o la esfera de los muertos.
Cancerbero (mit. gr.): perro de tres cabezas, guardián del infierno. Sus dientes negros y filosos ocasionan un dolor tan agudo que causan una muerte inmediata.
Causa: para el Errante, toda causa, siempre es política. También trabajar por el Reino, reflexionaba, es una forma -la más elevada- de hacer política.