Permítanme decir que Oscar de la Calle, el
cronista del Movimiento por pedido de
sus compañeros, era un abnegado laburante de prensa antes de la Epifanía del Oscuro. Había nacido en el
‘30, días después del golpe de Uriburu.
Su verdadero nombre era Oscar O’Brien.
Ejerció el periodismo político en
publicaciones como Resistencia,
Democracia Verdadera y Tiempo de
Liberación, para después abordar la acción política directa con motivo de
la persecución y muerte de militantes populares entre 1955 y 1956.
Entre 1976 y 1978, hallándose en la primera
línea de la lucha antidictatorial, fue detenido-desaparecido en el Centro
Clandestino de Detención “El Olimpo”,
del barrio de Floresta, del que escapó, refugiándose en algún lugar del Delta
bonaerense.
En el ‘93, después de casi tres lustros de
silencio, reapareció en la escena política con el Partido de los Pobres, de existencia efímera.
Cinco años después, en uno de esos encuentros que
están llamados a cambiar para siempre la vida de una persona, conoció al Errante, mentor de su conversión a un
cristianismo sui géneris, ecuménico, con visos de misticismo y algo paranoico,
pero auténtico hasta la médula y consecuente con los principios de los
Evangelios.
Y casi simultáneamente se integró a los Fratelli, el movimiento iniciático que
guiará la Resistencia, poco después
de la tormenta y de los otros signos que prenunciaron la venida del Oscuro.